Había una vez una princesa, muy buena y muy hermosa que se llamaba María Candelaria. Esta pequeña princesa vivía con mamá y su papá y crecía rodeada del cariño de sus abuelos y tíos de sangre y del corazón.
Su mayor placer era jugar a descubrir el mundo junto con ellos: un papel, una botella de plástico, un perro salchicha y un control remoto eran sus juguetes favoritos.
Aunque también tenía otros: peluches, pelotas, muñecas y torres de barriles. Todo era diversión hasta que venía de visita un personaje al que ella consideraba el malvado del cuento: el Implacable Sueño.
Por supuesto, este visitante llegaba sin aviso y en los momentos más inoportunos, transformando a la dulce princesita en una pequeña tirana que alteraba el ritmo del reino con su berrinche. Y sus papis trataban por todos los medios de consolarla y explicarle que el Sueño no era un archi villano, sino un amigo, que venía a ayudarla a seguir creciendo linda y fuerte, pero nada daba resultado, y ella seguía su batalla, ajena a los consejos y los consuelos.
Finalmente, después de largos minutos (a veces horas) de pelea, caía derrotada en los brazos de Implacable Sueño, para despertar, finalizada la siesta, con fuerzas renovadas para volver a jugar y a aprender.
Por supuesto, ella, pequeña princesa de seis meses, no entiende que los nuevos poderes que tiene cada vez que se despierta se los da Sueño y sigue empecinada en su solitaria lucha. ¿Lo entenderá algún día? ¿Podrán sus papis convencerla?
¿Cómo les va a ustedes con este tema? ¿Les cuesta que sus chicos duerman la siesta? ¿Viven batallas similares?