Sábados salteados y coronados


Es el primer sábado de los últimos tres de estos tiempos de encierros y esperas que tiene cara de sábado en casa. 
Hace 15 días un problema en la terraza nos dejó sin internet como regalo de cumpleaños y la situación imperante, impidió que el proveedor ingrese a ver si podía resolverlo.
Cuando resolvimos el tema (cambiando el proveedor) y pensamos que volvíamos a estar normalidad que estamos teniendo,  mi papá empezó con algunas dificultades que fueron incrementándose y lo dejaron en la madrugada entre el viernes y el sábado internado en el piso de aislados por protocolo COVID19. 

Racionalmente sabíamos que era imposible que estuviera contagiado. Emocionalmente la cuestión era otra. El espectáculo montado no ayudaba a lo emocional. Ambulancieros vestidos como los científicos de ET. Firma de la autorización para internar y la orden de esperar separada del resto porque "el paciente" está aislado y hay que esperar. Tiempo de chicle, sin un libro a mano. Red de contención para mamá, llegada en un taxi y con la forma de Mariano. Novedades inexistentes, para mantenernos comunicados con mis hermanos y con Ariel, siempre al lado, presente en la ausencia.

Finalmente el llamado, al piso 7, el médico le va a hablar. Interrogatorio en la puerta del ascensor, único acceso al piso de aislamiento y arriba. Sala de espera en penumbras, otra persona sola sentada. Mi papá en la habitación más cercana al acceso, lo veo, saludo desde el vidrio, no llega a verme, pero la enfermera sí, para decirle que estamos aunque no estamos. Sale el médico, le digo que entiendo que esté ahí, pero que es imposible, que lleva casi 40 días adentro, que se desinfecta todo lo que ingresa, que hay otra cosa, que descarten rápido y empiecen a buscar. Me da la orden de internación y después de completados los trámites, me echan. Quedo en la puerta del sanatorio un rato, mensaje a mis hermanos, mensaje a Ariel, pedido de auxilio a Oscar, médico ahí adentro, familia presente aunque no nos veamos, y taxi a casa.   

Desinfección, ducha hirviendo (cuatro intentos había tenido antes ese día), noticias telefónicas que tranquilizan desde el sanatorio y a esperar... Esperar no es lo nuestro. Antes es mejor, es antes podría ser el lema de mi familia. 

El teléfono suena finalmente el sábado a las 17hs para informar el esperado negativo y el pase a habitación en piso común. Y ahí arrancó la carrera de verdad, contra una neumonía que venía criando quien sabe desde cuando. 

Médicos, peleas, turnos y relevos con mis hermanos (grave error mencionar esa bendita palabra), control de temperatura e interrogatorios, clases de buenos modales, millones de mensajes, horas fuera de casa, inundaciones, rayos partiendo servidores, un amague de miércoles, más peleas, comida devuelta, mejorías día a día, estudios, trámites administrativos, depósito en garantía, y justo antes del feriado y el finde largo, la vuelta a casa y el reencuentro.

Confirmamos esta semana que somos cuatro que somos ocho (sin nuestros compañeros es imposible), actuando sincronizados.  Que mucha gente se preocupa y nos quiere mucho y se sintió rezando o tirando buena onda, cada uno con sus creencias para la pronta recuperación. Que el título no necesariamente trae empatía, respeto por el otro y buenos modos, pero que hay empatía, respeto por el otro y buenos modos en gente con título. Que la vida siempre da revancha y que callarse hace mal. Que juntos todo es más fácil, más liviano, más corto. Y que acá estamos, juntos en esto, juntos en todo. GRACIAS

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